Walëërrü Sümain Yolüjaa GUARERO TIERRA DE ESPIRITUS.
Walëërrü Sümain Yolüjaa
GUARERO TIERRA DE ESPIRITUS.
A escasos cinco minutos de la frontera
imaginaria que queda en Paraguachon, del Municipio Páez del Estado Zulia,
parroquia Guajira, esta la población de Walerru (Guarero), lugar lleno de
diversidades quizás, uno de los sitios
que fue asentamiento de los primeros colonos españoles que llegaron a
estas tierras, es un paso obligado hasta hoy y desde siempre;,
“El
triángulo de comunicación que unía Río Hacha-Sinamaica-Valledupar funcionaba
desde el periodo hispánico, durante la República se consolidó.La producción de
ganado, dividive, entre otros productos, fue significativaen dichos puertos
debido al papel que el mercado antillano cumplió en la historia de la subregión
guajira y al permanente comercio de cabotaje y de importación y exportación de
productos que abastecían los mercados internacionales” (Paz, 2000: 313).
Existen antecedentes de que un grupo
de misioneros y aventureros, provenientes de Valencia España, que habían
desembarcado por Santa Marta y por la ciudad de los santos Remedios, hoy
Riohacha, Colombia se asentaron en
Guarero, posiblemente alrededor.de.los.años.1742.-1749.
“
para 1700 se reseñan los primeros intentos de los misioneros capuchinos por
reducir a los indígenas de la península a la vida civilizada, con escasos
resultados, pues estos seguían ejerciendo el dominio sobre el territorio y se
mantenían insubordinados a la corona española.
Es
en 1864, época republicana, cuando padres capuchinos españoles logran
establecer la misión de Marauyen, realizando centenares de bautizos entre los
indígenas, con lo cual la institución del compadrazgo se instaura. La
celebración del rito, más el establecimiento de un lazo de afinidad a través
del “ahijado”, estimularon la incorporación de esta práctica como una manera de
establecer relaciones de corresponsabilidad entre indígenas y criollos. En 1873
es abandonada la misión, seis años después reintentan establecerla para
abandonarla al siguiente año. En 1879, el presbítero Rafael Celedón escribió
una Gramática Guajira para que en el futuro los misioneros
dispusieran del idioma guajiro como herramienta valiosa para lograr la conversión
de las tribus. “
.-ya para entonces Guarero estaba
habitada por los bravos y valientes Kucinas,
grupo indígena que poblaron las sabanas Guajiras desde Castilletes hasta
Sinamaica, los aventureros y los
misioneros construyeron capilla y Villorio a orillas de una laguna de formación
natural que los nativos conocían con el nombre de Walëërü, es el nombre de una especie de bejuco o enredadera, que
todavía hoy crece a orillas del jagüey o embalse de agua, embalsado
posteriormente el año 1940.
“El
triángulo de comunicación que unía Río Hacha-Sinamaica-Valledupar funcionaba
desde el periodo hispánico, durante la República se consolidó. La producción de
ganado, dividive, entre otros productos, fue significativa en dichos puertos
debido al papel que el mercado antillano cumplió en la historia de la subregión
guajira y al permanente comercio de cabotaje y de importación y exportación de
productos que abastecían los mercados internacionales” (Paz, 2000: 313).
La
primera fundación que se realiza en la península de la Guajira fue conocida
como Santa Cruz de Cocinetas en 1501, Alonso de Ojeda construyó un fuerte y una
ranchería, poblado que apenas duró hasta septiembre del siguiente año, gracias
a las hostilidades que desarrollaron contra los aborígenes. En 1527 Juan de
Ampíes funda Santa Ana de Coro; en 1529 Ambrosio Alfinger realiza la primera
fundación de Maracaibo; y en 1538 Nicolás de Federman y Jiménez de Quesada y
Belarcázar fundan Nuestra Señora de los Remedios de Riohacha (Paz, 2000: 35).
Se inicia en la península un período de asentamiento castellano gracias a la
localización exitosa de los ostrales perleros y al traslado masivo de
habitantes desde Cubagua.
Walëërrü castellanizado Guarero, es el
que le da la toponimia a la zona, Guarero fue habitada mucha antes que
Paraguaipoa y posiblemente antes que
Sinamaica , porque los misioneros se mudan de Guarero para Sinamaica en fechas
posteriores, según consta en los libros de registro bautismal,Sinamaica se
funda el 19 de marzo de1766,.-firmadas
por el padre Fray Ildefonso Carrullo..
En la actualidad en Guarero queda la
sede de la Aduana subalterna de Paraguachon Guarero, y del Destacamento de la
Guardia nacional, que desde los años 40s conviven con los lugareños.
Guarero es cantera de profesionales en
las distintas áreas, como médicos, religiosos, docentes, artistas y políticos,
por cierto es oriundo de Guarero el actual alcalde del Municipio Páez.
Y de otros personajes que para mal o
para bien dan de que hablar cuando se cuela el comentario que son de Guarero.
Hoy la población se divide por
sectores, en norte y sur entre la carretera de la troncal del caribe (o lo que
queda de el) todavía están las hermanas misioneras con sus infraestructuras
casi en ruinas, y en sus predios hace vida el Liceo que lleva el nombre de unos
los misioneros que lucharon por el desarrollo integral de la población de
Guarero, tal es el caso del Padre Francisco
Babbini Carighi, oriundo de Italia quien venia de misionar en África.
Todo esto hace que Guarero sea un
pueblo mestizo, producto del cruce de genes de sus Habitantes y por que, es un pueblo de paso obligado, .-.donde
muchos osaron quedarse y para después hincharse de orgullo diciendo, “yo soy de Guarero” desde de aquellos
Españoles que llegaron a mediados del Siglo VII, pasando por los llamados segundos colonos.
Hoy una vez más Guarero es motivo de
nuestras crónicas y tertulias, porque el pasado 04 de Agosto de 2012, se llevo
a cabo la exhumación de restos de unos deudos de los Atpüshana de Guarero
concretamente del clan Polanco González, para tener un entendimiento de lo que
es el ritual del segundo velorio traemos
este trabajo investigativo de Juanita Lozano Santos y Mildred Nájera Nájera del
Programa de Antropología Universidad de Antioquia (Colombia) titulado “Curar la
carne para conjurar la muerte. Exhumación, segundo velorio y segundo entierro
entre los wayuu: rituales y prácticas sociales”
.-.Para
los wayuu, el ciclo vital enlaza vida y muerte en un continuum donde la última
influye y determina a la primera. Esto se evidencia en diferentes ámbitos de la
cultura, incluso en las representaciones territoriales en las cuales el
cementerio define la patria guajira, pues el lugar de los muertos es la prueba
de pertenencia y adscripción a un lugar en el mundo de los vivos.
De
manera general, las creencias en el más allá y en los muertos ejercen una
regulación sobre la vida de los wayuu; lo que los muertos digan a través de los
sueños se toma como algo irrefutable; lo que pidan no se cuestiona y lo que
indiquen hacer es lo correcto. Así, sanciones individuales y sociales,
prescripciones, prohibiciones y la forma de ser y actuar en sociedad, pueden
estar determinados por la creencia en la voluntad irrefutable de los difuntos.
Además, la muerte influye en el ámbito económico de estos indígenas, pues ellos
acumulan sus rebaños, evitando venderlos o consumirlos; se preservan para sus
funerales y su posterior disfrute en el más allá (Perrin, 1980; Goulet, 1981;
Saler, 1986; Guerra, 2002; Rivera, 1990-1991).
Acorde
con lo anterior, los wayuu se sumergen en un ámbito ritual con el fin de
asimilar las transformaciones sustanciales, que en el tiempo y en el espacio
opera la muerte. Tras el fallecimiento de un individuo se celebra un primer
entierro y ritual fúnebre; después de algunos años, un familiar voluntario
(generalmente una mujer) exhuma el cadáver, acción que los wayuu denominan
anajanaa (acomodar, poner en orden): se trata de una apología en memoria del
difunto, acompañada de un nuevo velorio y entierro; preparada con varios meses
de anticipación, los familiares del difunto planean la celebración de este
último velorio y las invitaciones se hacen extensivas a familiares y amigos,
cumpliéndose así el segundo y último ritual funerario.
Cuando
el wayuu muere, emprende un viaje hacia otra vida Algunos autores afirman que
los wayuu provienen de la cuenca amazónica y habitan la península de La Guajira
desde hace aproximadamente 4.000 a 5.000 años (Ardila, 1990: 120). Se trata de
uno de los grupos indígenas más numeroso del país, se organiza en clanes
matrilineales (descendencia por línea materna) que comparten una condición
social y un ancestro común (Guerra, 2002: 66-78). En la actualidad, se han
extendido a zonas urbanas en Colombia y Venezuela; de modo general combinan la
economía del pastoreo, labores agrícolas, la pesca y el tejido con el trabajo
asalariado y actividades comerciales. Su lengua, sistemas de salud, regulación
social y patrones de residencia, se pasean sobre las dunas cambiantes del diálogo
establecido con la sociedad alíjuna y los demás grupos indígenas con los cuales
interactúan en el territorio wayuu.
¿Qué
piensan los wayuu acerca de la muerte? ¿Qué pasa cuando un wayuu muere? El
antropólogo francés Michel Perrin, realizó estudios etnográficos entre los
wayuu a finales de los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado lo cual
le permitió afirmar que al ocurrir la muerte de un wayuu, le sucede una
existencia como yoluja, es decir como formas que toman los indios muertos en
Jepira (Perrin, 1980: 31).
Paras
los actuales wayuu, Jepira “es una parte donde se reúnen las almas de los muertos.
Eso queda en la Alta Guajira […] es un sitio que es más allá del mar, donde se
va a encontrar el difunto con toda su familia que se ha muerto y con los
animales que se han muerto, los va a encontrar allá”. A su vez, cuando muere en
Jepira, ingresa al estatuto de muerto antiguo, el cual vuelve a la tierra ya
sea en forma de lluvia o de wanulü, ser mitológico asociado a los principios de
muerte y enfermedad por un lado, pero también al de la caza y provisión de
animales por el otro (Perrin, 1980: 198-199).
Es
común escuchar entre los pobladores de La Guajira, que para el wayuu lo más
importante es su velorio y que incluso todo lo que trabaja durante su vida es para
este ritual. Acaecido el óbito de una persona, se lleva a cabo un primer ritual
funerario, Alapajaa (o velorio propiamente dicho), reunión en la cual el
llantos, la repartición de alimentos y bebidas, se incorporan como elementos
del velorio y el entierro. Durante esta celebración, se considera que los
asistentes deben consumir todos los
animales que pertenecían al difunto para que así renazcan con él en Jepira, donde
constituirán su sustento; adicionalmente, los parientes depositan al lado de la
urna “provisiones alimenticias” para el viaje que se emprende hacia la otra
vida (Perrin, 1979, 1980 y Ramírez, 1999).
Al
respecto, unas mujeres wayuu manifiestan: “es que en el primer velorio es que
se hacen todas esas cosas. Preparar el alimento para que se lo lleve, su ropa,
o si no a veces uno sueña que él pide la ropa, que la necesita para el viaje,
entonces pide que se la entierren al lado del cementerio donde está enterrado,
a veces. Ellos piden las cosas que ellos utilizaban, en sueños.
En
su etnografía, Perrin explica que el alma es para los wayuu el principio constitutivo
de la persona, que se separa temporalmente del cuerpo durante el sueño y la
enfermedad y de manera definitiva, tras la muerte cuando emprende el camino hacia
Jepira: “Ella es como un pedazo de algodón blanco, como el humo. Pero nadie la
puede ver” (Perrin, 1980: 29-31).
Según
esto, el viaje del alma hacia otro lugar donde habitará, es la imagen de los
wayuu sobre la muerte como “otra vida”. Siendo de todas formas este viaje emprendido
un cambio radical en la existencia, rompe con la situación anterior de wayuu y
se elabora la imagen del yoluja, alma separada del cuerpo que viaja a Jepira: “A
nuestra muerte, por lo tanto, nuestra alma no se pierde. Solo nuestros huesos
se pierden. Nuestros huesos y nuestra piel. Nuestra alma se va, eso es todo”
(ibíd.: 31). Así, las acciones que se realizan en el primer velorio, ratifican
el nuevo estatus del muerto, como alguien que emprende un largo camino para
dejar esta vida. Para Arnold Van Gennep (1986) la sucesión de etapas por las
cuales pasa un individuo a lo largo de su vida (nacimiento, pubertad,
matrimonio, paternidad, especialización de oficio y muerte) suelen marcarse con
ceremonias o “ritos de pasaje”, clasificados como: de separación o preliminares
(el individuo se aparta o rompe con la situación anterior); de margen o
liminares (el individuo cruza entre ambas situaciones viviendo una situación
marginal) y de agregación o posliminares (el individuo se incorpora a una nueva
situación). Así, proponemos que para el muerto, el primer ritual fúnebre
comporta una fase de separación del mundo de los vivos.
No
obstante, tras el primer funeral, entre los wayuu existen ciertos
comportamientos y alusiones de los vivos hacia el difunto, que revelan la
creencia que este aún permanece muy cerca de ellos en la tierra de los vivos, a
pesar de la conciencia de su muerte, es decir, el inicio de su viaje hacia
Jepira.
Pero
¿cuál es la razón principal por la cual los wayuu realizan este segundo ritual
fúnebre? Perrin, apoyado en su explicación sobre el ciclo guajiro en el que se
enlazan la vida y la muerte —expuesto anteriormente— sostiene que “a los dos más
allá sucesivos corresponden entonces dos entierros” (Perrin, 1980: 204) Por su parte,
el antropólogo canadiense Jean-Guy Goulet, quien estuvo entre los wayuu al
principio de los años ochenta y centró su trabajo en el universo social y
religioso de los wayuu, sostiene, que “no todos los guajiros piensan que el
entierro final de los restos produzca automáticamente la muerte del yoluja en
Jepira”. Por lo tanto, la razón principal que él encuentra para la realización de
este ritual, es precisamente “que la parte blanda del cuerpo esté separada de los
huesos” y, sin dejar de lado que no basta con que se cumpla este requisito necesario,
señala que la gente debe considerar otras condiciones sociales y económicas para
la realización de este acto ritual (Goulet, 1981: 362 y 372).
Apoyadas
en el planteamiento de Goulet, nos interesó explorar qué aspectos de la cultura
wayuu le dan un significado particular a que sea la separación definitiva de la
carne de los huesos, el elemento decisivo señalado por este autor a la hora de
realizar el segundo velorio y entierro. Dada la importancia de la filiación
matrilineal en esta etnia, las ideas sobre la procreación y el parentesco wayuu
nos aportan valiosos elementos al respecto.
El
antropólogo wayuu, Weildler Guerra, nos ilumina al expresar que cuando se pregunta
a un wayuu ¿de qué clan eres?, literalmente se le está preguntando ¿de qué
carne eres?, ya que en la lengua indígena la palabra clan, eirrukü, traduce
carne (Rivera, 1990-1991: 112). Según las nociones acerca de la procreación
wayuu, la mujer es la que aporta la carne, eirukü, y una sangre pasiva, ashâ,6
por su parte, el hombre aporta el semen, un tipo de sangre activa, awasain, la
cual fecunda la sangre pasiva de la mujer y da origen al niño.
En
vista de que la muerte afecta directamente la carne del clan y propicia su
desaparición, los parientes uterinos se enfrentan al tratamiento de esa “carne
de su carne”, que empieza a dejar de ser tal, para convertirse en jipü pülasü,
“huesos dañosos”, con rastros de carne en descomposición, ajena y diferente a
la carne viva del clan.
Solo
tras la exhumación de los huesos secos —su segundo velorio y entierro— cesan
las atenciones de los vivos hacia el cuerpo sin eirukü de los muertos, como si
con el despojo de la carne —elemento de gran significación en las ideas wayuu de
procreación y constitución del ser humano— se produjera de forma definitiva la separación
entre el alma y el cuerpo del difunto. Por lo anterior, no es raro pensar para
ellos lo propuesto por Hertz (1907), en cuanto “la disolución corporal es la metáfora
más importante de la existencia espiritual tras la muerte” (Hertz, citado por
Goulet, 1981: 370).
Anajanaa: exhumación y limpieza de los
huesos
Antes
de rayar el alba ella está despierta, es la exhumadora de los restos. Junto con
su familia, se dirige al cementerio cercano donde por voluntad propia asumirá
la contaminación que los huesos inertes le ofrecen; pero estos no le son
ajenos, son los restos de la carne de su madre, de la sangre de su padre, de su
hermano, de su abuelo.
Para
esta misión es necesario no llorar, no temblar ante la cara de la muerte, pero
sí protegerse de ella, de su contacto, de su olor. Con una pañoleta, un
tapabocas y unos guantes, ella resguarda la vulnerabilidad de su cuerpo y
espíritu expuestos.
Las
mujeres que la rodean le aplican polvos y ungüentos para asegurar su defensa. Dicha
defensa se refuerza con la compañía de amigos y familiares, muchos de ellos procedentes
de lugares lejanos; así mismo, las cocineras cesan su intensa actividad, que
desde el día anterior había marcado el comienzo de esta celebración ritual, en la
cocina de la ranchería sede del evento.
Ahora
todos centran su atención en el álgido momento de la exhumación y rodean a la
exhumadora con sus cuerpos expectantes, la acompañan para protegerla.
Todo
debe ser perfecto, nada debe fallar. Aspersiones de un destilado de panela conocido
localmente como yotshi o chirrinchi, caen sobre la tumba y el cuerpo de la
exhumadora, inmediatamente inicia el contundente sonido de cinceles y martillos
golpeando la lápida que esconde el cuerpo del difunto.
Familiares
y amigos se apretujan para lograr un lugar privilegiado de observación, pero
cuando se extrae el primer fragmento de la lápida y queda un agujero considerable
en ella, el movimiento lento y pujante de los cuerpos hacia la tumba, se
convierte en una rápida avalancha de retroceso ante el unívoco hálito de la
muerte encerrada.
Una
vez liberado el ataúd y dispuesto sobre una manta previamente acomodada en el
suelo, la exhumadora es roseada nuevamente con chirrinchi y tras apurar un
trago del mismo líquido, inicia la exhumación retirando los pedazos de madera podrida
de la tapa del ataúd y la tela de las vestiduras que cubren el conjunto óseo.
En
este momento, las personas más cercanas a ella permanecen en silencio, algunas lloran,
otras comentan en voz baja sobre lo que va sucediendo y, algo más distantes del
lugar, algunos hombres forman pequeños grupos bebiendo chirrinchi y café, a la
par que dialogan sobre el acontecimiento y otros temas diversos.
El
ambiente se llena de expectativas sobre el estado en el cual se encontrarán los
huesos, ya que se confía que estén secos y la presencia de coloración oscura o
fluidos no esperados en ellos, se suele adjudicar a posibles maleficios sobre
el muerto. La primera pieza ósea en sacarse del ataúd es el cráneo, seguido de
las extremidades o huesos largos, las costillas, caderas y finalmente los
huesos pequeños.
Se
limpian con retazos de tela que una mujer provee a la exhumadora, mientras con una
pequeña y delgada rama, le ayuda a remover los restos de tela en el cajón. Esta
ayudante o auxiliar de exhumación deposita en una bolsa de tela blanca, los
huesos que se van limpiando.
Una
vez que la exhumadora y su ayudante se aseguran de retirar hasta el último hueso
del ataúd se dirigen, junto a la muchedumbre expectante, a las siguientes tumbas
—por lo general una o dos más— donde reposan los restos de otros difuntos, a
quienes también han decidido exhumar en esta ocasión. Finalmente, la osamenta de
todos los muertos se lleva a la enramada destinada para su velorio y se
depositan en un chinchorro. Inician entonces los llantos rituales de hombres y
mujeres que cubren sus rostros con mantos y pañolones y muy cerca del
chinchorro, de pie, sentados o agachados emiten altos lamentos que envuelven el
lugar en una atmósfera de duelo. Estos llantos, no cesarán durante los días y
noches que permanezcan ahí los restos de los difuntos.
La metáfora de la curación de la carne
Barceló
(1984) define la muerte como una dimensión extraña, irracional, inferencial, arreferencial
y absurda que no se puede dominar; una amenaza continua que genera incertidumbre
y ansiedad; para él, la ansiedad genera angustia, el miedo favorece la
adaptación, por lo cual se hace necesaria la transformación de esa ansiedad en miedo.
El miedo a la muerte resalta en la comunidad los vínculos de amistad y solidaridad
tendientes a reducir la soledad; la muerte entra en el espacio colectivo y el
muerto —objeto de temor— pasa del dominio de la realidad objetiva al de los valores
simbólicos. Así, el miedo ritualizado ante el muerto pasa de una idealización subjetiva
a la objetivación definitiva en su integración en el corpus ideológico. Por su parte,
el rito crea una conciencia y un modo de representación del mundo y permite la
interrelación del colectivo en un tiempo que rompe la rutina, propicia catarsis
y facilita la asimilación de las transformaciones en el ciclo vital, en el caso
de los ritos fúnebres, las que opera el hecho de la muerte.-.
Queda entendido que el segundo velorio
wayuu es una celebración-ritual, lo que significa que es una celebración a la
vida a la continuidad, a la eternidad del alma, que después de un ciclo de
tiempo, vuelve otra vez a Mmat, (tierra) en forma de lluvias para engendrar la
tierra o en caso negativo en pestes y enfermedades, si el ritual del segundo
velorio no cumple con los mandatos de sueños y no se planifico bien, y no lleno
las expectativas en el reparto de comidas y las bebidas espirituosas y la
ceremonia no fue respetada en su aspecto mágico religioso. Los espíritus ahora
Yolujas, toman la vida de algún familiar y se desquitan de esta manera, según
las experiencias y las creencias mágicas religiosas de nuestra Gran Nación
Wayuu.
Pero dejemos como siempre que sea el
Cronista wayuu Marcelo Moran Atpüshana,
que con su acuciosa y fina sentido de la palabra narre “Anaajawa natuma wayuu
Atpushana”
ENCUENTRO ATPUSHANA EN GUARERO
Marcelo
Moran Atpushana
Cronista
wayuu
No
había vuelto a Guarero desde el 2004, cuando asistí a las exequias de mi tía
María Lucinda. A lo largo de la carretera binacional, que llega hasta la
frontera, se han construido decenas de casas que han borrado aquel paisaje
desértico que siempre guardé desde mi niñez.
La
carretera Troncal del Caribe se mantiene impecable hasta Los Filúos. De
allí en adelante pareciera la senda para entrar en los confines de otro país.
Por fortuna, ese día no llovió para imaginarme la odisea que hubiera que
sortear para llegar a destino a través de un rosario de cráteres que hacían
crujir la suspensión de los automotores más rústicos. Mi pobre
columna vertebral, flagelada por desgaste de discos y hernias discales no fue
indiferente a los bruscos vaivenes del vehículo en la que me desplazaba. Pues
al día siguiente me llevó a una postración de una semana en mi residencia de
Ciudad Ojeda.
Al
llegar al lugar del encuentro, tampoco imaginé encontrarme con casi un conjunto
residencial en el patio donde vivía mi tía Lolita, quien falleciera en
1986. Sus hijas, unidas más que por un sentimiento familiar y
sentido de previsión, construyeron sus casas para darle cabida a un
centenar de visitantes –como los que nos dimos cita ese día– y que a
continuación les comentaré.
El
clan Polanco Desde hacía tres años mis hermanas, Deyanira,
Lux Columba y Abigail, y a la vez las hijas de éstas: Damalis, Abidey, Amarú y
Deyluz habían organizado este encuentro de Aapshana en Guarero para
despedir hacia el viaje eterno a un grupo de inolvidables familiares:
José Antonio, Maria Concepción, Jesús Luis, Aurelina y Orángel Polanco, luego
de cumplir con una parada obligatoria en Jepirra.
Los
restos fueron exhumados desde las tres de la mañana, tal como se había
programado. Después , fueron expuestos en un pequeño altar, flanqueado por
arreglos
florales.Unos
fueron puestos en jarrones de casi un metro de altura, con el signo del clan
Aapshana, y los respectivos nombres. Otros, fueron colocados
en osarios de mármol.
Al
lado, se encontraban acostados los recolectores; aislados sin poder ser tocados
por familiares y allegados que iban llegando, como lo exige el
ritual. Así mismo, se les restringió la ingesta de carne por un período
de un mes
En
esa oleada de visitantes, encontré a familiares que no veía en décadas, como
mis primos, José Trinidad Fernández, José Francisco y Jesús Alberto
Polanco; hijos de mi tío José Antonio. Así mismo, Rafael Enrique (el Mono) y su
hermano Jóvito (chicho) Polanco.
Las anfitrionas
se esmeraron en las mejores atenciones para recibir a un centenar de invitados
que habían llegado incluso, desde el día anterior
Un
poco acerca de los difuntos. Mi tío José Antonio fue un
escritor que documentó en los años cincuenta parte de esa riqueza cultural que
nos distingue como pueblo milenario, y que aún mantenemos, a juzgar por este
encuentro familiar llevado a cabo el 04 y 05 de agosto en la antigua casa de mi
abuela Conce. Jesús Luis, (Pepito) era un joven muy emprendedor. Desde
niño aprendió a querer y a respetar a sus familiares; sobre todo a sus mayores
dejando un bonito recuerdo y legado a sus hijos y sobrinos.
Mi
abuela Conce, se instaló en esa casa a mediados de los sesenta, después de
ser abandonada por mi madre en 1958. María Concepción Polanco era esposa
del viejo Facundo González Jusayú, de cuya unión nacieron Rafael, Lolita
y Facundo.Aurelina, llamada cariñosamente Aurrerria, era hija
de una prima de mi abuela y un famoso personaje del clan Jusayú llamado
Orángel González, alias Muschon, hermano paterno del viejo Facundo.Ella siempre
vivió en Guarero y siempre se mantuvo muy cerca de sus tías, Conce y María Graciela.
Su
hijo Orángel, sufrió una caída cuando niño, que le afectó de manera severa la
cervical, sin embargo, a pesar de esa limitación, era un chico muy
inteligente. Conducía bicicletas de manera armonios a pesar de no mantener el
mismo equilibrio en su cabeza. Cualquiera que no lo había conocido, podía
asegurar, viéndolo a primera vista, que estaba borracho, por los extraños
movimientos que mostraba en su corporal; secuela de aquel irremediable
accidente de su infancia. También tuve la oportunidad de saludar a mi tía Enma
Polanco, Beatriz (Jamorra) y su hermano Marcelo González, quien había venido
desde Machiques, para estar en esta reunión. Pero como cosa extraña, ese
mismo día en la noche, tuvo que ser trasladado a un centro asistencial de El
Moján, donde se le diagnosticó un infarto; falleciendo al día siguiente.
Calata
regresa a la tierra de sus ancestros
El
jueves 02 de agosto se cumplió con el traslado de los restos de mi entrañable
hermano Luis Emiro desde el cementerio La Chinita en Maracaibo hasta Guarero.
Ese
día, fue recibido por el fragor de disparos y fuegos
pirotécnicos que hizo desconcertar por momentos al apacible pueblo de mi
fraterno Lenín Alfonzo, artista plástico y editor de este portal
que se hizo presente y tuve oportunidad de intercambiar con él
algunos tópicos, sobresaliendo su interesante teoría sobre
nuestro origen antillano, que en estos momentos trata de consolidar y que
oportunamente dará a conocer por entregas a través de este medio.
Varias
personas que no salían de su asombro, por el estruendo que acababan de escuchar
preguntaron al mismo tiempo: ¿Que pasa hoy en Guarero? Una
joven que formaba parte de la caravana fúnebre, y que los había oído con
atención, se detuvo para responderles:
-Es
el recibimiento que hacen los Aapshana a Calata. Que regresa para reunirse a
partir de hoy con sus ancestros.
El
día domingo 05 de agosto, se dio sepultura de nuevo a los restos de los Polanco
que se llevaron a su nueva morada el infinito cariño que le
guardaron sus familiares y esa muestra de abundancia que se
exhibió en sus funerales y que será el caudal con la que contaran en el
nuevo paraíso asignado por Dios en la eternidad.
Que riqueza tan grande e inescrutable tiene nuestro estado Zulia y nuestra Guajira. Gracias al buen uso de la wed podemos acceder a informaciones que nos ofrece este Portal de los ciudadanode la Gran Nación Wayuu. Es demasiado interesante este trabajo que nos documenta sobre la interpretación de la vida y muerte en la creencia wayuu; gran pueblo. Felicitaciones, Lenín. José Rodulfo desde Lagunillas
ResponderEliminarEnhorabuena Lenin decidiste colocar en la web tu espacio acerca de nuestro gran pueblo Wayuu, gracias a mi tío Marcelo por hacerse participe de este espacio informativo, y por haber publicado nuestro encuentro en Guarero, ya que allí nos dimos cita los Polanco en pleno, lo cual fue muy gratificante, y por otro lado honrar a nuestros seres queridos para emprender su viaje hacia eternidad, siendo que la mayoría de nosotros vivimos en la ciudad, demostrando así que nuestras raíces, costumbres, ideología, cosmovisión, creencias siempre van a estar presentes entre estos aapushana. Abidey Paz Polanco
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