CRONICAS WAYUU
Es de resaltar como el sentido artístico musical y literario, siempre acompaño al pueblo wayuu, desde sus cantos de historias épicas, (Jayeechii), resaltando y difundiéndose sus vivencias, historias y penalidades, con la llegada de los segundos colonos a la península de la Guajira, destacan cantores, artistas, músicos, poetas y escritores, a mediados de los años 1.900.
Haciendo un alto en el camino de la historia vivida de la gran nación wayuu haremos un homenaje a nuestros cultores populares, siempre teniendo en cuenta el consecuente aporte de la investigación escrita, y la comparación con la vivencia actual.
Según el doctor Manuel Matos Romero, en su libro “apuntaciones historiográficas acerca de algunos segundos colonos de la Guajira”. (Maracaibo. 1975)
“el p. Cesáreo de Armalleda y Carmela Bentivenga de Napolitano en su libro “literaturas indígenas venezolanas” dicen que no es que nuestros indios se les de, de poetas, ni que compongan versos para concursos literarios, cuando lo hacen es por necesidad vital, pero hay esta lo más notable: “el encanto de la rosa es que, siendo tan hermosa, ella no sabe que es.”
Algún día nos daremos cuenta dice el poeta Ernesto Cardenal, de que la poesía más grande de América, es la de nuestros indios y pertenece a tribus ya extintas.
La poesía pues de nuestros indios es cantada y la repiten en la voz y en los instrumentos varios que ejecutan, una y cien veces, en forma monótona y espaciada, para continuar y seguir siempre en murmullos.
Siempre embargo, en la Guajira, en la Guajira han existido y existen algunos poetas de fibra sensible que han escrito y publicado algunos versos, como el insigne poeta y educador José Antonio Uriana, poeta que dejo una producción lírica, de la cual tomaremos un fragmento que se llama “sueños negros”.
“sombras y más sombras acaracoladas que se mueven, iracundas hacia la desembocadura de una tétrica fosa, me envuelven calcinando mi cuerpo eclenque.
Huellas gigantes rugen por los aires azufradas, y tetradáctilas rojos sobre embrujos árboles milenarios, mutilan a cientos de niños blancos, amarillos y negros y monstruos rubios aniquilan morbosamente, cual vampiros, a la humanidad entera que cuelga gritando de un hilo.
En ambiente hediondo lleno de anacondas furiosas, donde un guajiro sediento arrastra su lengua seca, y muerde eternamente su dolor de piedra ensangrentada
Donde un enorme ferrocarril negro con forma de escorpión se enturce furibundo quemado con su ulular de muerte innumerables banderas blancas de países destrozados.”
Como ya anotamos en la Guajira, también se cultivó la Gaita Guajira, uno de, los pioneros fue Orosimbo Barroso, que se destacó como cantante y músico, entre Maicao y castilletes, barroso cantaba y componía canciones en “patua” pues se valía de palabras parecidas fonéticamente a las de la lengua wayuu y les agregaba algunas del idioma castellano, y así mezcladas. Formaba una mescolanza ya que Barroso apenas hablaba el wayunaiki.
Orosimbo Barroso murió asesinado después en Semeche cerca de Castilletes por Casimiro. La música de la gaita guajira según anota, Matos Romero, así como de sus cantos en general es monótoma y quejumbrosa, expresión de abandono y olvido, sin transiciones ni, variaciones y cambios melódicos, es una continuación de palabras y significados distintos a veces, utilizando la misma melodía musical, pronunciada entre dientes y quejumbrosamente.
Igual aplicación hizo la compositora wayuu María de los Ángeles Montiel del poeta en su tema “la mula garrapetera”. Mientras los años transcurren seguirán en la memoria de nuestros pueblos los pioneros de nuestras manifestaciones artísticas. Mientras tanto disfrutemos de este escrito del maestro Ramón Paz Iipuana uno de los versados literatos wayuu, y del escrito de Marcelo Moran Atpushana, sobre su tío José Antonio Polanco Atpúshana... mientras seguimos indagando en el tiempo los caminos cansados de nuestros antepasados olvidados.
A nuestra eterna madre y mujer wayuu, Süumai<paa wayuu, la Guajira.
"Yo soy la Guajira a quien conociste, y quiero presentarme a ti sin revestir sin elocuencia mis palabras. Ojalá que en una parte de tu corazón me reservaras un lugar. Eso es, un lugar cálido como mis arenas y mi sol. Un lugar, donde sólo se sienta el golpeteo de un recuerdo permanente, tal como este viento persistente que siempre bate la mustiedad de mis paisajes.
Como tierra, soy estéril; como madre, soy fecunda. Ven que tú también eres hija mía, desde el primer momento en que mis hijos te ofrecieron hospitalidad y confianza. ¿Qué importa que no hayas nacido de mis entrañas si yo soy madre para todos? Ven para que veas mis contornos verde-mar, mi vegetación variada, mis pájaros parleros, mis apacibles rebaños y mis ranchos dispersos donde habitan gentes cada día con bellas esperanzas en el alma.
Acércate para que auscultes mis procesos de integración remota, mis inicios, mi formación original hasta cristalizar una cultura híbrida, mestiza, no sólo hispana y aborigen, sino exótica y cosmopolita en estos tiempos. Es bueno que sepas de mis tragedias seculares, las guerras bárbaras de antaño, las sangrientas confrontaciones de hoy que llevan a mis hijos a atizar sus odios y venganzas de unos contra otros, sin más fundamento que un machismo desaforado producto de la entronización y las influencias de afuera.
Muchas veces han pasado por mi suelo, peregrinos de remotas latitudes, trotamundos barbados de tez blanca, mercaderes inhumanos de transhumante vida, y también enjundiosos cerebros de la ciencia queriendo escarbar mis entrañas en busca de un secreto, sondear la conciencia de mis hijos para extraer los enigmas del pasado que se esconden en las creencias y los mitos. Pero ninguno ha sabido comprender mis valores, o reconocer mis esencias ancestrales, esa esencia sutil que llevo como energía vital entre mi pulpa como amasijo del hombre y tierra confundidos.
No, hija mía, sólo vinieron a suplantar mis felices primaveras con sus penas, a emboscar mis caminos con monstruos de acero donde trafican todas las perversidades. Todo se va perdiendo, ya no soy sino una pobre madre decadente. que llora en silencio sus propias penas. Tengo nostalgia por lo que cada día voy perdiendo: mis gentes, mis costumbres, mis tradiciones, mis virtudes y hasta mis paisajes naturales. Todo se va transformando, pero aún me quedan fuerzas para respirar mis vientos yodados venidos del mar, oir el poema de las aves y sentir el estruendo de las tempestades remedados en una Kaasha (tambora) de broncos sonidos al compás de la yonna (danza) de mis hijos.
Es la Guajira quien ha monologado contigo. Vuelvo al profundo silencio de mis antepasados olvidados, no sin antes decir que ésta es la tragedia que en cada época nos toca vivir, hasta que del seno de Pulowi surja la esperanza montada sobre un caballo blanco..." Ramon Paz Iipuana, ciudadano de la gran Nacion Wayuu.
El cronista
Marcelo Morán
Un anciano llegó con su nieto a pernoctar en un paraje que servía de punto de encuentro a numerosos viajeros que venían de la Alta Guajira, así como los que regresaban de Maracaibo. Después de bajar de sus monturas, sacudieron a sombrerazos el polvo adherido a sus cuerpos y se dirigieron de inmediato a quien fungía como posadero en un bohío, techado a medias con palmas y completado armoniosamente con fibras resecas de cardón.
La noche estaba por caer y no había mejor escenario que ése sitio, colocado adrede en medio camino para el descanso de los que aspiraban recorrer –como era el caso de ellos– una distancia superior a trescientos kilómetros y con un incómodo arreo de vacunos.
El adolescente de catorce años, más que cansado estaba aburrido. Deseaba caer en un profundo sueño para despertar al otro día en Veritas y ahorrarse casi un mes de viaje a través de la sabana ardiente y polvorienta.
Un rato después, la tertulia dominaba el auditorio a cielo abierto donde un cacho de luna parecía imitar la forma de los chinchorros colgados por la decena de noctámbulos que allí se guarecían. El muchacho quería dormir, pero era perturbado a cada momento por el rumiar de los animales, que se concentraban como sardinas en un corral hecho con cardones; sembrados pacientemente en forma rectangular, hasta que de pronto, fue derribado por el tropel de una narración muy bien llevada por la voz ronca de un hombre de elevada estatura que acababa de llegar, y cuyo comienzo era así:
“Un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha”.
Y el final era de esta manera:
“Transcurre el tiempo prescrito por la ley para que Marisela pueda entrar en posesión de la herencia de la madre, de quien no se ha vuelto a saber noticias, y desaparece del Arauca el nombre de El Miedo y todo vuelve a ser Altamira”.
Esa noche nadie durmió comentando el relato que duró cuatro horas y dejó pasmados a todo el auditorio, entre ellos el muchacho.
Diez años más tarde, en 1949, el joven abandonó a su abuelo y fue a labrarse un mejor destino a las haciendas de Santa Bárbara del Zulia, que permanecer sin esperanza en la aridez de la remota península. Ya antes había estudiado la primaria en Paraguaipoa bajo la tutela del recordado maestro Orángel Abreu Semprún.
Allí permaneció varios meses como jornalero hasta ser reclutado y llegar a cumplir con el servicio militar en la ciudad de Caracas. Estando allá en una barraca, otro soldado compañero de litera le facilitó un libro: Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos. Lo leyó de cabo a rabo en dos días y pareció regresar con la lectura a aquella borrascosa noche del año 1939, cuando la oyó de boca de aquel narrador extraordinario. Un torbellino de dudas e interrogantes empezaron a asaltarlo.
¿Cómo pudieron recoger en ése libro aquel relato trasnochador de su adolescencia?
Y así poco a poco comenzó su investigación. Gallegos estuvo en la Guajira en el año 1941, es decir, dos años después de haber escuchado con su abuelo aquella historia tan fascinante, ¿entonces, cómo llegó a boca de aquel viajero?
El ejemplar de la obra que tenía en sus manos le dio algunas pistas: era una edición del año 1948 y en sus páginas preliminares se apreciaba que, Doña Bárbara, había sido publicada por primera vez en España en el año 1929: diez años antes de aquella grata narración.
Tan pronto fue dado de baja, en año 1951, encontró trabajo en la CANTV: en el cuartel se había especializado en equipos de telecomunicaciones. Ese mismo año conoció por casualidad a los profesores Ángel Rosenblat, Miguel Acosta Saignes, Walter Depuy y Marta Hildebrant, quienes trabajaban en un proyecto sobre lenguas indígenas dirigido por la Universidad Central de Venezuela y de la que no tardó en formar parte. En el año 1953, gracias a su asesoría se editó el primer diccionario Español Guajiro que se constituyó en un acto de justicia para nuestra olvidada etnia zuliana, de cuya existencia se sabía muy poco en esa Venezuela de entonces, en la que se llegaba a creer que, su referencia en la novela Sobre la Misma Tierra , no era más que el producto de una ficción bien llevada por la pluma de Gallegos, ambientada en un escenario tan inverosímil, que parecía no pertenecer a este mundo.
Después del éxito alcanzado por aquella publicación, se le permitió tener un espacio, que el mismo denominó: Noticias guajiras por un guajiro en una revista mensual del Ministerio de Justicia, que a la sazón, tenía a su cargo la defensa de los derechos indígenas. Aunque no fue un muy prolífico, sus escritos siguen siendo hoy fuente de consulta para los investigadores. Y fue así como en una temporada de vacaciones retornó a la Guajira para despejar aquella inmensa duda sobre Doña Bárbara. Preguntando aquí en otras partes, dio con el paradero del cronista a quien logró entrevistar, y al momento de preguntarle cómo había hecho para conocer la trama de la novela de Gallegos, respondió con la candidez de un santo:
“Me la contó un paisano que trabajaba conmigo en una hacienda de Perijá, hace tiempo: él sabía leer libros; en cambio yo, no tenía la menor idea de lo que era una letra del lenguaje de los alíjunas. Nunca fui a la escuela”.
Como el idioma wayuunaiki no tiene escritura propia, sus hablantes compensan con la memoria esa limitación, tal como se ejemplifica en el caso del genial narrador que se atrevió a contar en una noche de viento la novela Doña Bárbara a sus coterráneos, y entre los que se encontraba José Antonio Polanco de, sólo catorce años.
Luego de vivir varios años en Caracas, retornó a su terruño; la capital nunca lo deslumbró y lo apartó de su gente. Como cosa extraña, jamás volvió a escribir ni siquiera un párrafo sobre tantas cosas hermosas que todavía atesoraba y merecían ser conocidas para la posteridad, pero un domingo en que me tocó visitarlo a su casa, apeló una vez más con asombrosa lucidez a su memoria, –como hacen todos los wayuu– y me contó ésta anécdota en el año 1984, después de transcurrir más de cuatro décadas de su audición allá, en la Guajira.
José Antonio Polanco era sin dudas el pionero de los escritores wayuu, porque logra proyectar al mundo ese conjunto de valores que identifica a su pueblo en una época donde había muy poca documentación y sobre todo cronistas que abordaran como él supo hacerlo el modo de vida de una etnia que había resistido con valor y por siglos al acecho de la transculturización.
Polanco pertenecía con mucho orgullo al clan Atpushana, que tiene como símbolo totémico el zamuro.
Después de cumplirse más de dos décadas de su fallecimiento, ninguna institución de la cultura lo ha recordado, salvo el periodista Enrique Rondón Nieto que le dedicó una semblanza en la revista dominical Estampa del Diario El Universal de Caracas a un mes de su partida, y el profesor Tito Balza Santaella, que logró incluirlo un año después en la efemérides: Venezuela al día que circulaba en dos periódicos de la región.
José Antonio Polanco pasó el resto de su vida trabajando como radiotécnico al lado de sus tres pequeños hijos en su pequeño taller en un caserío de la comunidad de La Paz, en el municipio Jesús Enrique Lossada. Y Murió en Maracaibo el 04 de octubre de 1990, a los sesenta y cinco años de edad, rodeado por sus familiares y muy distante del fragor de su tierra natal.
Jose Antonio Polanco Atpüshana
José Antonio Polanco, es uno de esos personajes que en este tiempo parecieran surgin de una historia de ficción para aquellos que no tuvieron la dicha de conocerlo. Pues su obra, pequeña, pero de gran valor para preservar la memoria de nuestra tierra, trascenderá ahora gracias a editores wayuu de la talla de Lenín González que através de este portal la ha puesto a la consideración del mundo.
ResponderEliminar¡Felicitaciones!
FELICITACIONES LENIN, POR ABRIR ESTE ESPACIO EN BENEFICIO DE LA CULTURA DE NUESTRA TIERRA, Y POR ACORDARTE DE LA MEMORIA DE HOMBRES COMO POLANCO Y PAZ IPUANA QUE FUERON BALUARTES, EN DIFERENTES EPOCAS, DE LOS VALORES DE NUESTRA IDENTIDAD. UN PUEBLO SIN MEMORIA, ES COMO SI NUNCA EXISTIERA. EN ESTA OPORTUNIDAD CONTAMOS CON TALENTOS COMO TU PERSONA QUE REALZAN EL NOMBRE DE LOS WAYUU.
ResponderEliminarADELANTE.
RAFAEL CASTILLO
Expreso mi satisfacción por publicarse en este medio dirigido por un wayuu, esta nota sobre mi querido tío Jose Antonio Polanco.
ResponderEliminarCarlos Alberto Morán Polanco
MIS SALUDOS CORDIALES A LA HERMOSA COMUNIDAD WAYUU,DE LA QUE ME SIENTO MUY ORGULLOSA,POR SER ESTA MI ASCENDENCIA POR PARTE DE MI ABUELO MATERNO,OSCAR DE J. POLANCO.
ResponderEliminarEN ESTE AFAN DE QUERER CONOCER MAS ACERCA DE MI HERENCA WAYUU,Y LUEGO DE LEER ESTE TEXTO,QUERIA SABER SI HAY ALGÚN PARENTEZCO CON MI BISABUELA MARIA DOLORES POLANCO,HIJA DE JOAQUINA ,HERMANA DEL CACIQUE RUDESINDO GONZALEZ,CONOCIDO COMO "CACHMBO"..AGRADEZCO LA ORIENTACON QUE ME PUEDAN DAR........GRACIAS!............SOY MARIA SALAS POLANCO