NI VITO NI MIGUEL ANGEL
NI
VITO NI MIGUEL ANGEL
Conocí a Miguel Ángel López Hernández
en Uribía Colombia por allá por los años 1.996 o quizás mucho antes , pero a
partir de esa fecha empezamos a socializar y compartir nuestro trabajo, el como
documentalista y mi persona como pintor y fotógrafo, recuerdo que me hizo una
entrevista para sus documentales que se transmitían en la televisión Colombiana
“Señal Colombia” con una duración de tres minutos que se transmitia algunos días
de la semana, todos referentes a las distintas culturas originarias de
Colombia, y la wayuu no podía faltar.
también en esas citas
obligadas de la cultura en los festivales, reuniones las tertulias y bohemias, siempre nos traía algún
escrito en folletos o volantes de un tal Vito Aatpüshana, escritos en forma de
versos poéticos sobre el mundo sideral del pueblo wayuu, transcurren los años y
cada cierto tiempo nos encontrábamos en algún camino que huela a cultura, el
abrazo de amigos el afecto y cariño de hermanos se acrecentaba mas, y un buen día
del año 2000 el poeta wayuu José Ángel Fernández me comenta en Paraguaipoa, que
Miguel Ángel había obtenido el premio en poesía Casa de las Américas en Cuba y
no solo eso, sino que era también Vito Aatpüshana ¿¡?
El 20 de enero de 2000, fue anunciado el
premio de poesía Casa de las Américas. Ese día el mundo literario conoció
el nombre de un poeta desconocido. Con el libro Encuentros en los
senderos de Abya Yala
Escribe el
periodista David Lara Ramos, sobre ese afortunado dia. “ Casa de las Américas es una institución cultural cubana creada en 1959,
sólo tres meses después de la revolución de Castro, que ha contribuido al
desarrollo de escritores en América Latina tales como Roque Dalton, Alfredo
Bryce Echenique, Antonio Skármeta, José Soler, Ángel Quintero, entre otros.
Dos días después de aquel anuncio, la decisión fue publicada en
los diarios más importantes de Colombia. En Riohacha, tierra del poeta
desconocido, la noticia era apenas un tímido rumor con la fuerza de las débiles
olas que llegaban a la orilla aquella mañana.
¿Mandó él algunos poemas a
un concurso en Cuba? Alguien preguntó a Ana Sofía Gómez. Ella estaba segura de
que su esposo había enviado un libro de poemas a La Habana. Lo sabía.
Meses atrás, ella había insistido para que lo hiciera.
No que yo sepa dijo. Bajó su cabeza y guardó silencio.
Cuando él llegó a casa,
Ana Sofía le contó sobre el rumor. Sin hacer más preguntas a su esposa, sacó su
bicicleta y pedaleó (sin parar) hasta el centro de la ciudad.
Tomó el diario El Tiempo. Todo estaba en primera página.
Leyó en susurros. Cuando terminó, trató de inspirar, pero sus pulmones ya
estaban llenos. Aturdido. La información se ajustaba. Su nombre era Miguel
Ángel López-Hernández y el título del libro premiado, Encuentros en los
senderos de Abya Yala.
Había ganado el premio de poesía Casa de las Américas. La
primera vez que un poeta colombiano se alza con tamaño reconocimiento. Desde
aquel día, Miguel Ángel López-Hernández pasó a ser una de las voces más
importantes de toda la poesía colombiana y, por supuesto, de América.
Un año después del premio, libreros, críticos,
investigadores y lectores de poesía, siguen abriendo caminos para encontrarse
con Miguel Ángel y su gran obra.
¿Quién es Miguel Ángel López? ¿Por qué un autor
desconocido aparece ahora con un gran premio? ¿Cuáles son las motivaciones de
su obra? ¿Qué tema trata? ¿De dónde provienen su voz y su canto?
Tratar de dar respuesta a las preguntas anteriores podría
ser tan complicado como la misma vida de la comunidad Wayuu en el
desierto de La Guajira, comunidad a la que Miguel Ángel López-Hernández
pertenece. Él encontró en la poesía una forma de recolectar las voces de sus
ancestros para que todos podamos escucharlas. Su poesía está llena de imágenes
que pintan una vital y ancestral comunidad indígena que ha sobrevivido a las
luchas con el hombre blanco desde 1492.”
Si, me siento afortunado de
ser “testigo de mi tiempo”, como titulara un libro también de poesía de otro
laureado poeta Godofredo Gómez, y de ser conciudadano de un grande de la
literatura Latinoamericana como lo es Vito Aatpüshana , (Miguel Ángel López) de
la dinastía del gran José Dolores Aatpüshana (Wunuttpata) mi antepasado y
bisabuelo, pero dejemos que sea el periodista
Jaime de la Hoz Simancas
quien publico una semblanza sobre Vito Aatpüshana en la revista digital , LETRARIA
, TIERRA DE LETRAS . LA REVISTA DE LOS ESCRITORES HISPANOAMERICANOS EN INTERNET.
Hasta aquí dejo mi humilde comentario y espero disfruten
de la lectura del periodista Colombiano Jaime de la Hoz Simancas, bienvenidos a
la palabra, como dijera Vito Aatpüshana…
La
voz poética de las etnias indígenas
Los
senderos de Vito Apüshana
Hablo desde el reconocimiento del rostro
amerindio,
desde el mundo indígena de América (Abya Yala)
en donde vivo y proyecto mi expresión hacia otras latitudes.
He aquí en mi canto y en mis manos el sueño diverso,
la voz intensa de las antigüedades, he aquí en mis pasos el sudor
de la reafirmación, el latido de la raíz definida,
la mirada de horizonte despejado...
la invitación a multiplicar los encuentros
y aumentar el respeto mutuo por donde respira la vida humana.
Reciban nuestra palabra.
desde el mundo indígena de América (Abya Yala)
en donde vivo y proyecto mi expresión hacia otras latitudes.
He aquí en mi canto y en mis manos el sueño diverso,
la voz intensa de las antigüedades, he aquí en mis pasos el sudor
de la reafirmación, el latido de la raíz definida,
la mirada de horizonte despejado...
la invitación a multiplicar los encuentros
y aumentar el respeto mutuo por donde respira la vida humana.
Reciban nuestra palabra.
Miguelángel
López-Hernández. Encuentros en los senderos de Abya Yala. Casa
de las Américas. La Habana.
Brevísima introducción
Miguelángel López o Vito
Apüshana presentó, en octubre de 2009, la edición colombiana de Encuentros
en los senderos de Abya Yala, que incluye varios poemas inéditos. El
texto sólo se conocía a través de la edición que se hizo en Cuba y Ecuador. El
poeta anuncia ahora Los 400 conejos, título del poemario que surge
de su larga visita a México, y Natal profundo, un homenaje
poético a las etnias embera-katío, zenú, mocaná, kankuamo, kogui, arhuaco, wiwa
y wayuu.
Uno
Miguelángel López-Hernández
y Vito Apüshana se entrelazan a través de la poesía y de la vida. Algunos
afirman que Apüshana es el poeta que obedece fielmente los dictados de
Miguelángel, este personaje de carne, hueso y sangre que nadie sabe en qué
momentos se transforma y quién, bajo la penumbra, o tendido en un chinchorro
atado a lado y lado de una enramada, utiliza el otro yo para sumergirse en su
cosmogonía y relatar luego los mitos relacionados con el origen del universo.
Miguelángel López es el
mismo Vito Apüshana. O al revés. Algunos afirman que Apüshana murió hace cinco
años y su cadáver, insepulto, está tendido en los sueños y en los insomnios de
Miguelángel. Otros dicen que se suicidó después de haber ido al encuentro de
universos de los indígenas mapuche, de Chile; de las vicisitudes de la etnia
quechua, en el Perú y Ecuador; y de la comunidad wayuu, a la cual pertenece, y
de la que pareciera emerger desde tiempos inmemoriales.
Al poeta Miguelángel y al
vate Vito los han recordado de múltiples maneras, asociándolos a personajes
dobles de la literatura universal. Y lo hacen, más que como comparación, por
jugar a las escondidas de la personalidad en la que el poeta y prosista
argentino Jorge Luis Borges ha sido el más insigne entre los latinoamericanos
con su constante referencia al otro yo.
En una reunión de gestores
culturales de Riohacha alguien evocó al Dr. Jekyll y a Mr. Hyde, los actores
narrados por Robert Louis Stevenson que se ocultaban uno tras el otro, pero sin
dejar de conformar una misma e indisoluble personalidad. Ese otro yo, citado
también por contertulios de ocasión, también está presente en la literatura
alemana y aparece bajo el extraño nombre de Doppelgänger. Y
otro más evocó El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, cuyo
protagonista central mantiene intacta su belleza pese al transcurso del tiempo,
mientras su retrato envejece y se desfigura por las veleidades de la fortuna
ilusoria de Dorian.
—¿Por qué se ocultaba? —pregunto.
—No era una ocultación sino
una interpretación —responde—. Tampoco es un pseudónimo, pues allí está algo
que podríamos denominar lúdico. No descarto que sea un juego, pero no de manera
predeterminada.
Vito y Miguel son una
variante de aquellos divertimentos de la realidad y de la ficción que
explotaron un día después de haberse expandido el misterio a través de unos
poemas que recordaban los ancestros de las etnias indígenas y revelaron los
fogones encendidos, las iguarayas, el maíz, y la lluvia que estalla en varios
puntos de un extenso y olvidado territorio de América india. Ahora, Vito
Apüshana es un fantasma o una ficción. O, tal vez, existe agazapado en las
oquedades de su prisionero o creador.
Miguelángel López-Hernández
camina las calles de Süchiimma con la cabellera alborotada y casi siempre
vestido de blanco, como su abuelo paterno. En ocasiones cubre su cabeza con un
sombrero de palabrero antiguo o con una boina de colores tejida por las mujeres
de su etnia. Su actividad cultural es incesante y no hay ningún misterio en esa
cotidianidad que fácilmente pudiera calificarse como una exasperante monotonía.
En esta ciudad se confunde
con miles de riohacheros raizales que caminan hacia ninguna parte a través de
los extensos bordillos de la Calle Primera que circundan un pedazo de su mar.
En ocasiones preguntan por él y no está. Dicen que fue a Carraipía, su tierra
natal, a reunirse con su álter ego, Vito Apüshana, y que regresará la próxima
semana. Afirman que está detrás de las piedras de un territorio sin nombre
observando el movimiento de un jaguar. Y también explican que está en una
especie de encierro enseñando a sus hijas los distintos tamaños de las
metáforas.
Vito Apüshana posiblemente
vaga en Jepira, la zona sagrada adonde van los wayuu después de su segunda
muerte. O recorre, como alma en pena, la Pirámide del Sol y las calzadas de los
muertos ubicadas en el Valle de Teotihuacán, en México, con el propósito de
juntar aquel minúsculo universo de leyendas con el de los wayuu y publicar
nuevos encuentros en senderos que ni él mismo conoce. En fin, nadie sabe: ni
Vito ni Miguelángel.
Dos
Bajo la lumbre del alba cruzamos la curva de
Itushí:
¡ya estamos en el cementerio familiar!
Las tumbas reposan blancas y brillan
como sonriendo a nuestra llegada.
Los hombres levantamos las enramadas
y las mujeres preparan el fogón.
Los ancianos y los niños juegan al orden y al desorden...
y los consejos comienzan a ser escuchados...
y luego los cuentos...
y luego los cantos... y las bromas.
La familia se alegra de estar viva
en la cercanía de sus muertos.
Pronto iniciaremos la exhumación,
los llantos se aprestan a danzar.
¡ya estamos en el cementerio familiar!
Las tumbas reposan blancas y brillan
como sonriendo a nuestra llegada.
Los hombres levantamos las enramadas
y las mujeres preparan el fogón.
Los ancianos y los niños juegan al orden y al desorden...
y los consejos comienzan a ser escuchados...
y luego los cuentos...
y luego los cantos... y las bromas.
La familia se alegra de estar viva
en la cercanía de sus muertos.
Pronto iniciaremos la exhumación,
los llantos se aprestan a danzar.
Miguelángel López-Hernández
Vito Aapüshana (Miguel Angel Lopez hernandez) |
El nombre de Vito Apüshana fue
creciendo en medio del misterio. Los hombres de las letras y las artes de La
Guajira lo mencionaban en las conversaciones de ocasión después de que alguien
contara que vivía retirado en una ranchería de la Alta Guajira acompañado de
chivos, y que en las noches escribía poemas que guardaba en su maleta de sueños
y algunos de los cuales se filtraban en publicaciones literarias de la
península.
Muchos decían conocerlo y
otros, además de confirmarlo, vaticinaban que en el devenir de los tiempos sólo
se conocerían sus versos que buscaban el brillo de las aguas y las guaridas de
Canaima y el universo todo de la etnia amerindia, pues habría de publicarlos
para alejarse después como una sombra que se pierde entre centenares de
caminos.
De repente, sin saberse
quién ni cómo ni por qué, aparecieron varios ejemplares de un poemario titulado Contrabandeo
sueños con arijunas cercanos, firmado por Vito Apüshana. El breve
texto se expandió por La Guajira y muchos de sus versos fueron aprendidos de
memoria y recitados en medio de parrandas poéticas en las que se mezclaban las
leyendas del Popol Vuh con las lágrimas de los Colosos de
Fuego que formaban infinitos lagos.
Así, el misterio comenzó a
rondar aun más a Vito Apüshana y entonces —en esa especie de espejismo que
encandilaba a los buscadores del poeta— lo veían de una manera distinta: de
blanco hasta los pies vestido, coronada su cabeza con un sombrero del mismo
color y un bigote hirsuto que se movía inquieto cada vez que evocaba a sus
antepasados a través de versos quebrados por la nostalgia y las metáforas.
Otros aparecían en las reuniones de fines de semana, en Riohacha, y afirmaban
que habían departido con el poeta Vito bajo la enramada de una ranchería de
Portete, meses antes de que el pueblo fuera arrasado por las motosierras y por
los embates de las bayonetas que trajeron los paramilitares.
El escritor David Lara
Ramos, intrigado por los pequeños laberintos que habitaba en el poeta, recuerda
que “en 1999 la Fundación Poetas en el Exilio, de Santa Marta, editó otra
colección de Apüshana”. Agrega Lara que los nuevos poemas fueron publicados con
la siguiente advertencia: “No intenten buscar a Vito Apüshana; nadie lo conoce
personalmente más que los wayuu; nadie sabe a ciencia cierta quién es; él dará
a conocer más poemas suyos cuando lo crea conveniente; no se sabe exactamente
dónde vive en el inmenso desierto guajiro; él no quiere que lo conozcan más que
sus poemas”.
Por esa época, Miguelángel
López era un joven taciturno que laboraba, todos los días, en una oficina
improvisada al final de un extenso garaje abandonado que luego habría de
agrandarse para dar paso al Centro Cultural de Riohacha, cuya construcción
permitió la aparición de espacios desde los que alcanza a contemplarse la
inmensidad del mar. Nadie sabía que Apüshana habitaba a López ni que el alma de
López había sido tomada por Apüshana. Él seguía allí compartiendo su trabajo
cultural junto a los gestores culturales Rubén Brito y Orlando Mejía, quienes
nunca sospecharon esa especie de confusión de clones o de extrañas
duplicidades.
—¿Cómo nace Apüshana? —indago
a Miguelángel, después de asistir a un ritual en el que cuatro miembros de la
etnia emprendieron el viaje a Jepira—. ¿En qué momento Vito se apodera
de usted?
—Insisto en que sólo he
recogido voces de mi Pütchi —responde—. Voces escalonadas y
guardadas en los frutos o detrás de las piedras. Posiblemente han estado
descansando a la orilla de los jagüeyes o cabalgando de una ranchería a otra.
—¿Son capturas de voces?
—Sí, pero logradas a través
de una apertura espiritual. Se podría interpretar como una adherencia a la piel
del microcosmos individual. Siempre me he preguntado: ¿cómo se comunican los
pájaros entre sí? ¿Existen voces inaudibles en el camino?
Miguelángel López prefiere
preguntar antes que responder acerca de aquel duende sin tiempo ni espacio del
que el poeta Juan Manuel Roca, en el momento de presentar sus poemas en
el Magazín Dominical de El Espectador, escribió
en los siguientes términos: “Se dice que es pastor y contrabandista de sueños.
Nos trae razones del mañana, a la que considera su hermana, o de su abuela, que
es el sueño”.
Años después de la
publicación de sus poemas en la desaparecida revista del diario que fuera de
los Cano, se conoció la noticia de que Vito Apüshana había obtenido el Premio
de Poesía Casa de las Américas, de Cuba. El texto ganador, cruzado por imágenes
indigenistas, y edificado a través de espirales poéticas, fue presentado con un
título que habría de expandirse entre los círculos literarios y poéticos del
continente: Encuentros en los senderos de Abya Yala. Entonces
se conoció, ahora sí, que tras Apüshana estaba Miguelángel López. Ocurrió el 15
de enero de 2000 en medio de la curiosidad y el asombro de todos los que habían
visto a aquel joven de sortijas en pelo largo que en ocasiones cruza la mirada
como si buscara a sus antepasados remotos que hace siglos decidieron asentarse
en el Cabo de la Vela.
Los críticos literarios y
los amantes de los versos saludaron con efusividad la aparición de los poemas
que acababan de ser reconocidos internacionalmente. Guillermo Tedio, cuentista
de Baranoa (Atlántico), catedrático universitario y crítico literario, fue uno
de los primeros en aplaudir con sus manos tendidas la buena nueva para las
letras colombianas. Lo expresó así:
“En el libro de poemas
premiado en Cuba, Miguelángel López-Hernández entiende que no se trata sólo de
la etnia wayuu sino que en toda América (Abya Yala), desde Alaska hasta la
Tierra del Fuego y los patagones, vive un mundo cultural en la resistencia, que
construye una poesía donde no hay separación entre el hombre y la naturaleza,
donde pueblos de hermosas mitologías hablan de su existencia unida a la tierra
para que, al ser reconocidos, comiencen a ser comprendidos en la diferencia.
”Miguelángel López habla de
los wayuu (habitantes de dos países, Colombia y Venezuela, pero unidos en una
sola tradición), habla de los kogui pero también de los mapuches de Chile, de
los mexicas, de los cunas de Panamá, de los quechuas. Quiere nuestro poeta Vito
Apüshana hablarle al alijuna, es decir, al hombre blanco, quizás allí esté la
explicación del título de su primer poemario, Contrabandeo sueños con
alijunas cercanos,quizás por lo mismo su escritura en español. Dirá
Apüshana: si la montaña —el hombre blanco— no viene a mí o sólo viene, las más
de las veces, en plan de agresión, yo voy a la montaña con la verdad de la
palabra. Así que uno siente en estos poemas vitales y untados de paisaje, de
nostalgia ancestral, de amor por la tierra y la naturaleza, que el poeta quiere
contarle al hombre blanco las razones de la existencia de un pueblo que desea
desarrollarse sin agredir a la tierra ni al agua ni al aire ni al hombre”.
Tres
Yo nací en una tierra luminosa.
Vivo entre luces, aun en las noches.
Yo soy la luz de un sueño antepasado.
Busco en el brillo de las aguas, mi sed.
Yo soy la vida, hoy.
Soy la calma de mi abuelo Anapure,
que murió sonriente...
Vivo entre luces, aun en las noches.
Yo soy la luz de un sueño antepasado.
Busco en el brillo de las aguas, mi sed.
Yo soy la vida, hoy.
Soy la calma de mi abuelo Anapure,
que murió sonriente...
Vito Apüshana
Miguelángel López-Hernández
(¿Vito Apüshana?) dice que su niñez está mezclada con el ejercicio del sueño,
con el deseo de un infante que crecía en medio de dificultades familiares. Se
diría que una infancia común y corriente, según se deduce de las palabras que
ahora pronuncia mientras descansa en los tablones de madera vieja clavados en
la ranchería de Guarero.
Después habla de Carraipía,
el pueblo de la frontera guajira donde nació en medio del sonido de la
naturaleza y del diálogo de la fauna nocturna que entrecruza el monte como
sombra multiforme. Recuerda, también, los frutos de árboles sin nombre, las
grandes cosechas que recogían los mayores y el patio de la casa ubicada cerca
de una vegetación de ceibas, trupillos y dividivis que escondían a los conejos
y servían para el descanso de las aves en lo más alto de las ramas.
—¿Y de los padres? —pregunto.
—Por fortuna, esos recuerdos
los mantengo vivos —responde—. Físicamente los veía gigantes a través de la
pequeña mirada del niño; eran vistazos de abajo hacia arriba que agrandaban el
tamaño y me otorgaban confianza y seguridad. Los evoco silenciosos y
tranquilos, sobre todo a la “vieja”. Yo llevo el nombre principal de mi padre,
Miguel Agustín, y mi mamá se llama Nohelia Hernández.
Contrario a lo que pueda
pensarse, Miguelángel no recuerda haber tenido en la infancia contacto con los
libros ni con la escritura, sino la presión arrolladora de una oralidad que se
esparcía de la boca de los familiares cercanos y lejanos, cargada con relatos
inverosímiles de la región y con anécdotas de un mundo profundamente
espiritual.
El protagonista de ese
minúsculo universo de palabras era su abuelo Alcibíades López Pimienta,
perteneciente por línea materna al clan Pushaina, comerciante, y de quien
Miguelángel conserva la imagen del instante en que yace tendido en el suelo de
su casa con los hilillos de sangre tiñendo su ropa blanca, después de haber
recibido la descarga mortal de varios disparos.
excelente hermano esta información,me lleno de tantos recuerdos
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