Anajanaa: exhumación y limpieza de los huesos
Anajanaa: exhumación y limpieza de los huesos
Antes de rayar el alba ella está despierta, es la exhumadora de los restos. Junto con su familia, se dirige al cementerio cercano donde por voluntad propia asumirá la contaminación que los huesos inertes le ofrecen; pero estos no le son ajenos, son los restos de la carne de su madre, de la sangre de su padre, de su hermano, de su abuelo.
Para esta misión es necesario no llorar, no temblar ante la cara de la muerte, pero sí protegerse de ella, de su contacto, de su olor. Con una pañoleta, un tapabocas y unos guantes, ella resguarda la vulnerabilidad de su cuerpo y espíritu expuestos.
Las mujeres que la rodean le aplican polvos y ungüentos para asegurar su defensa. Dicha defensa se refuerza con la compañía de amigos y familiares, muchos de ellos procedentes de lugares lejanos; así mismo, las cocineras cesan su intensa actividad, que desde el día anterior había marcado el comienzo de esta celebración ritual, en la cocina de la ranchería sede del evento.
Ahora todos centran su atención en el álgido momento de la exhumación y rodean a la exhumadora con sus cuerpos expectantes, la acompañan para protegerla.
Todo debe ser perfecto, nada debe fallar. Aspersiones de un destilado de panela conocido localmente como yotshi o chirrinchi, caen sobre la tumba y el cuerpo de la exhumadora, inmediatamente inicia el contundente sonido de cinceles y martillos golpeando la lápida que esconde el cuerpo del difunto.
Familiares y amigos se apretujan para lograr un lugar privilegiado de observación, pero cuando se extrae el primer fragmento de la lápida y queda un agujero considerable en ella, el movimiento lento y pujante de los cuerpos hacia la tumba, se convierte en una rápida avalancha de retroceso ante el unívoco hálito de la muerte encerrada.
Una vez liberado el ataúd y dispuesto sobre una manta previamente acomodada en el suelo, la exhumadora es roseada nuevamente con chirrinchi y tras apurar un trago del mismo líquido, inicia la exhumación retirando los pedazos de madera podrida de la tapa del ataúd y la tela de las vestiduras que cubren el conjunto óseo.
En este momento, las personas más cercanas a ella permanecen en silencio, algunas lloran, otras comentan en voz baja sobre lo que va sucediendo y, algo más distantes del lugar, algunos hombres forman pequeños grupos bebiendo chirrinchi y café, a la par que dialogan sobre el acontecimiento y otros temas diversos.
El ambiente se llena de expectativas sobre el estado en el cual se encontrarán los huesos, ya que se confía que estén secos y la presencia de coloración oscura o fluidos no esperados en ellos, se suele adjudicar a posibles maleficios sobre el muerto. La primera pieza ósea en sacarse del ataúd es el cráneo, seguido de las extremidades o huesos largos, las costillas, caderas y finalmente los huesos pequeños.
Se limpian con retazos de tela que una mujer provee a la exhumadora, mientras con una pequeña y delgada rama, le ayuda a remover los restos de tela en el cajón. Esta ayudante o auxiliar de exhumación deposita en una bolsa de tela blanca, los huesos que se van limpiando.
Una vez que la exhumadora y su ayudante se aseguran de retirar hasta el último hueso del ataúd se dirigen, junto a la muchedumbre expectante, a las siguientes tumbas —por lo general una o dos más— donde reposan los restos de otros difuntos, a quienes también han decidido exhumar en esta ocasión. Finalmente, la osamenta de todos los muertos se lleva a la enramada destinada para su velorio y se depositan en un chinchorro. Inician entonces los llantos rituales de hombres y mujeres que cubren sus rostros con mantos y pañolones y muy cerca del chinchorro, de pie, sentados o agachados emiten altos lamentos que envuelven el lugar en una atmósfera de duelo. Estos llantos, no cesarán durante los días y noches que permanezcan ahí los restos de los difuntos.
La metáfora de la curación de la carne
Barceló (1984) define la muerte como una dimensión extraña, irracional, inferencial, arreferencial y absurda que no se puede dominar; una amenaza continua que genera incertidumbre y ansiedad; para él, la ansiedad genera angustia, el miedo favorece la adaptación, por lo cual se hace necesaria la transformación de esa ansiedad en miedo. El miedo a la muerte resalta en la comunidad los vínculos de amistad y solidaridad tendientes a reducir la soledad; la muerte entra en el espacio colectivo y el muerto —objeto de temor— pasa del dominio de la realidad objetiva al de los valores simbólicos. Así, el miedo ritualizado ante el muerto pasa de una idealización subjetiva a la objetivación definitiva en su integración en el corpus ideológico. Por su parte, el rito crea una conciencia y un modo de representación del mundo y permite la interrelación del colectivo en un tiempo que rompe la rutina, propicia catarsis y facilita la asimilación de las transformaciones en el ciclo vital, en el caso de los ritos fúnebres, las que opera el hecho de la muerte.-.
Queda entendido que el segundo velorio wayuu es una celebración-ritual, lo que significa que es una celebración a la vida a la continuidad, a la eternidad del alma, que después de un ciclo de tiempo, vuelve otra vez a Mmat, (tierra) en forma de lluvias para engendrar la tierra o en caso negativo en pestes y enfermedades, si el ritual del segundo velorio no cumple con los mandatos de sueños y no se planifico bien, y no lleno las expectativas en el reparto de comidas y las bebidas espirituosas y la ceremonia no fue respetada en su aspecto mágico religioso. Los espíritus ahora Yolujas, toman la vida de algún familiar y se desquitan de esta manera, según las experiencias y las creencias mágicas religiosas de nuestra Gran Nación Wayuu.
Pero dejemos como siempre que sea el Cronista wayuu Marcelo Moran Atpüshana, que con su acuciosa y fina sentido de la palabra narre “Anaajawa natuma wayuu Atpushana”
ENCUENTRO ATPUSHANA EN GUARERO
Marcelo Moran Atpushana
Cronista wayuu
No había vuelto a Guarero desde el 2004, cuando asistí a las exequias de mi tía María Lucinda. A lo largo de la carretera binacional, que llega hasta la frontera, se han construido decenas de casas que han borrado aquel paisaje desértico que siempre guardé desde mi niñez.
La carretera Troncal del Caribe se mantiene impecable hasta Los Filúos. De allí en adelante pareciera la senda para entrar en los confines de otro país. Por fortuna, ese día no llovió para imaginarme la odisea que hubiera que sortear para llegar a destino a través de un rosario de cráteres que hacían crujir la suspensión de los automotores más rústicos. Mi pobre columna vertebral, flagelada por desgaste de discos y hernias discales no fue indiferente a los bruscos vaivenes del vehículo en la que me desplazaba. Pues al día siguiente me llevó a una postración de una semana en mi residencia de Ciudad Ojeda.
Al llegar al lugar del encuentro, tampoco imaginé encontrarme con casi un conjunto residencial en el patio donde vivía mi tía Lolita, quien falleciera en 1986. Sus hijas, unidas más que por un sentimiento familiar y sentido de previsión, construyeron sus casas para darle cabida a un centenar de visitantes –como los que nos dimos cita ese día– y que a continuación les comentaré.
El clan Polanco Desde hacía tres años mis hermanas, Deyanira, Lux Columba y Abigail, y a la vez las hijas de éstas: Damalis, Abidey, Amarú y Deyluz habían organizado este encuentro de Aapshana en Guarero para despedir hacia el viaje eterno a un grupo de inolvidables familiares: José Antonio, Maria Concepción, Jesús Luis, Aurelina y Orángel Polanco, luego de cumplir con una parada obligatoria en Jepirra.
Los restos fueron exhumados desde las tres de la mañana, tal como se había programado. Después , fueron expuestos en un pequeño altar, flanqueado por arreglos florales.Unos fueron puestos en jarrones de casi un metro de altura, con el signo del clan Aapshana, y los respectivos nombres. Otros, fueron colocados en osarios de mármol.
Al lado, se encontraban acostados los recolectores; aislados sin poder ser tocados por familiares y allegados que iban llegando, como lo exige el ritual. Así mismo, se les restringió la ingesta de carne por un período de un mes
En esa oleada de visitantes, encontré a familiares que no veía en décadas, como mis primos, José Trinidad Fernández, José Francisco y Jesús Alberto Polanco; hijos de mi tío José Antonio. Así mismo, Rafael Enrique (el Mono) y su hermano Jóvito (chicho) Polanco.
Las anfitrionas se esmeraron en las mejores atenciones para recibir a un centenar de invitados que habían llegado incluso, desde el día anterior
Un poco acerca de los difuntos. Mi tío José Antonio fue un escritor que documentó en los años cincuenta parte de esa riqueza cultural que nos distingue como pueblo milenario, y que aún mantenemos, a juzgar por este encuentro familiar llevado a cabo el 04 y 05 de agosto en la antigua casa de mi abuela Conce. Jesús Luis, (Pepito) era un joven muy emprendedor. Desde niño aprendió a querer y a respetar a sus familiares; sobre todo a sus mayores dejando un bonito recuerdo y legado a sus hijos y sobrinos.
Mi abuela Conce, se instaló en esa casa a mediados de los sesenta, después de ser abandonada por mi madre en 1958. María Concepción Polanco era esposa del viejo Facundo González Jusayú, de cuya unión nacieron Rafael, Lolita y Facundo.Aurelina, llamada cariñosamente Aurrerria, era hija de una prima de mi abuela y un famoso personaje del clan Jusayú llamado Orángel González, alias Muschon, hermano paterno del viejo Facundo.Ella siempre vivió en Guarero y siempre se mantuvo muy cerca de sus tías, Conce y María Graciela.
Su hijo Orángel, sufrió una caída cuando niño, que le afectó de manera severa la cervical, sin embargo, a pesar de esa limitación, era un chico muy inteligente. Conducía bicicletas de manera armonios a pesar de no mantener el mismo equilibrio en su cabeza. Cualquiera que no lo había conocido, podía asegurar, viéndolo a primera vista, que estaba borracho, por los extraños movimientos que mostraba en su corporal; secuela de aquel irremediable accidente de su infancia. También tuve la oportunidad de saludar a mi tía Enma Polanco, Beatriz (Jamorra) y su hermano Marcelo González, quien había venido desde Machiques, para estar en esta reunión. Pero como cosa extraña, ese mismo día en la noche, tuvo que ser trasladado a un centro asistencial de El Moján, donde se le diagnosticó un infarto; falleciendo al día siguiente.
Calata regresa a la tierra de sus ancestros
El jueves 02 de agosto se cumplió con el traslado de los restos de mi entrañable hermano Luis Emiro desde el cementerio La Chinita en Maracaibo hasta Guarero.
Ese día, fue recibido por el fragor de disparos y fuegos pirotécnicos que hizo desconcertar por momentos al apacible pueblo de mi fraterno Lenín Alfonzo, artista plástico y editor de este portal que se hizo presente y tuve oportunidad de intercambiar con él algunos tópicos, sobresaliendo su interesante teoría sobre nuestro origen antillano, que en estos momentos trata de consolidar y que oportunamente dará a conocer por entregas a través de este medio.
Varias personas que no salían de su asombro, por el estruendo que acababan de escuchar preguntaron al mismo tiempo: ¿Que pasa hoy en Guarero? Una joven que formaba parte de la caravana fúnebre, y que los había oído con atención, se detuvo para responderles:
-Es el recibimiento que hacen los Aapshana a Calata. Que regresa para reunirse a partir de hoy con sus ancestros.
El día domingo 05 de agosto, se dio sepultura de nuevo a los restos de los Polanco que se llevaron a su nueva morada el infinito cariño que le guardaron sus familiares y esa muestra de abundancia que se exhibió en sus funerales y que será el caudal con la que contaran en el nuevo paraíso asignado por Dios en la eternidad.
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